La importancia del lubricante en las cajas de cambio automáticas
Un cambio mal lubricado provoca que el coche empiece a perder rendimiento o a vibrar al arrancar.
Existe una percepción errónea sobre los sistemas automáticos que apunta a que no necesitan mantenimiento. Pero en realidad tampoco están libres del riesgo de averías y problemas, y las cajas de cambio automáticas no son una excepción.
En el caso de los cambios automáticos, hay dos factores que requieren mantenimiento: el lubricante de la transmisión y el líquido del radiador.
Cada coche tiene su propia especificación para el cambio del lubricante de la transmisión. Como media, se ha de realizar cada 30.000 kilómetros si es mineral y 50.000 si es sintético.
Aun así, si el lubricante se espesa demasiado, debe sustituirse antes de ese plazo. Un síntoma de este fenómeno es que el coche empiece a perder rendimiento o a vibrar al arrancar. Esto ocurre porque, si no hay lubricación adecuada, los discos del cambio y los dientes del conjunto sufren más con el exceso de fricción.
Si no se presta atención a estas señales o a los plazos de sustitución, se corre el riesgo de que el lubricante no cumpla su función y los componentes se calienten demasiado, llegando a una avería de la caja de cambios.
Además del lubricante, es importante estar atento al enfriamiento del motor. La mezcla de agua y refrigerante que va en el radiador ayuda también a enfriar la transmisión, ya que, si el motor se sobrecalienta, el cambio también eleva su temparatura más allá de lo deseado.
Un mantenimiento, en definitiva, que no es demasiado exigente y que sale a cuenta. Las averías del cambio automático son caras, pues exigen el cambio completo de juntas, anillos de sellado y discos.
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