Noruega, pionera en el coche eléctrico: lejos de las expectativas medioambientales
Con un parque electrificado al 20%, la demanda de gasolina y diésel de Noruega cayó apenas un 4%.
El concepto del fin del petróleo ha sido profetizado repetidas veces, no tanto como el agotamiento total del recurso, sino más bien como la llegada del pico de consumo, el punto máximo en el que la demanda de crudo alcanzaría su cúspide antes de declinar.
Este escenario se basa en la progresiva electrificación de la economía y en la mejora en la eficiencia de los sistemas que dependen de combustibles fósiles. A pesar de su lógica, diversos indicios sugieren que alcanzar este panorama será más complicado de lo previsto.
Vicente Nieves en 'El Economista' analiza cómo el coche eléctrico no reducirá el consumo de petróleo, teniendo en cuenta el caso de Noruega. Los analistas de la firma de inversión G&R han publicado un informe en el que analizan el curioso caso de Noruega y, a través de los datos, enfrían las expectativas sobre la caída del consumo de petróleo y las emisiones de CO2.
Aumento de la demanda de petróleo
La Agencia Internacional de la Energía (AIE) ha fijado 2030 como el año clave en su escenario base, suponiendo el cumplimiento total de los compromisos energéticos y climáticos por parte de los gobiernos. Sin embargo, las expectativas sobre la rápida adopción de vehículos eléctricos y otras tecnologías sustentables se han visto desafiadas y la demanda global de petróleo en 2024 se proyecta en 103 millones de barriles diarios, un aumento respecto a los niveles pre-pandémicos de 2019.
El equipo de investigación del banco italiano Unicredit ha publicado una previsión demoledora: la demanda de petróleo seguirá aumentando hasta 2050, por ejemplo. Pero no solo eso, incluso en países que han hecho todo lo que demandan los organismos internacionales y más allá, el resultado no ha sido tan bueno como se esperaba, lo que deja entrever al resto del mundo que la demanda de petróleo podría no tocar techo en muchos años.
El caso de Noruega
Noruega, pese a producir grandes cantidades de crudo, ha implementado potentes políticas para electrificar su economía con ayuda de una orografía inmejorable (sus montañas le permiten producir casi toda su electricidad con saltos de agua). Sin embargo, el consumo de crudo y combustibles en Noruega no ha sufrido una caída excesivamente drástica.
El caso noruego revela algunas lecciones importantes. Aunque el país ha logrado reducir sus emisiones de carbono, en gran parte gracias a su generación de energía hidroeléctrica, su modelo puede no ser fácilmente replicable en otros contextos.
Noruega cuenta con una combinación única de riqueza, tamaño de la población y recursos naturales que han facilitado su transición hacia una economía más verde. Además, la dependencia de la fabricación de vehículos eléctricos en China, donde gran parte de la energía proviene del carbón, plantea interrogantes sobre el impacto real de la electrificación en las emisiones de carbono a nivel global.
Un modelo no replicable
A nivel mundial, el desafío de reducir la dependencia del petróleo es aún más complejo. El crecimiento demográfico y económico en los países en desarrollo está generando una mayor demanda de energía, lo que podría contrarrestar cualquier disminución en el consumo de petróleo en otros lugares. Además, la resistencia al cambio en sectores como el transporte y la industria presenta obstáculos adicionales para la transición hacia una economía más sostenible.
En resumen, el camino hacia una economía post-petróleo es más desafiante de lo que muchos imaginaban. Si bien Noruega y otros países pueden proporcionar lecciones valiosas, su éxito no garantiza una transición suave o rápida a una economía libre de combustibles fósiles a nivel global. La electrificación y otras soluciones sostenibles deben abordar una serie de desafíos económicos, sociales y ambientales para lograr un cambio significativo en la forma en que consumimos energía.
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